Hacía calor, mucho calor. Grandes gotas de sudor brillaban en su frente, además, no debería estar ahí. Pero deseaba tanto verla, no podía resistir la distancia. Él allí arriba, junto a las nubes, y ella ahí abajo, junto al fuego eterno. Sabía donde encontrarla, así que sin muchos rodeos e intentando que no le vieran, se dirigió hacia allí. Y, efectivamente, allí estaba ella, su amada; tan bella como siempre. Con sus curvas despampanantes, su mirada lujuriosa y su sonrisa de labios rojos.
- Hola cariño, no podía soportar el no verte.
- ¿¡Qué haces aquí!?
- ¿No te alegras de verme?
- Claro, pero sabes que no puedes estar aquí, si nos ven…
- Lo sé, lo sé. Pero es que tanto tiempo sin sentir tu piel y sin escuchar tu voz me estaba matando.

- Pues si no te vas te matarán.
- Vamos, sólo un ratito. ¿Es que ya no me deseas?
- Está bien. Pero sólo un rato.
En el infierno no tardaron mucho en descubrir el ultraje.
- ¡Un ángel con un demonio! ¿Cómo os atrevéis?
- ¡Nos amamos! Nadie puede luchar contra eso.
- Si no sales de aquí, maldito ángel, no tendré más remedio que cortarte las alas y quedarás aquí de por vida, quemaremos tu alma y arderás toda la eternidad.
- No!! – dijo ella – No, por favor, dejarle marchar.
- Esto es una injuria, tu serás desterrada de por vida, tendrás que vagar por tierras de nadie y tu amigo… ya veremos que haremos con él.
En ese momento ella desapareció tras un manto de humo y llamas.
- Noooo! ¿Dónde os la lleváis?
- Eso a ti no te incumbe, estúpido ser blanco. Márchate, no queremos más problemas.
- No, no me iré. Dejadme sólo un momento más con ella, para que pueda despedirme; entonces me iré.
- No es el mejor momento para pedir favores. ¡¡VETE!!
Tras una niebla blanca, desapareció.
Ya arriba, en el cielo, sobre una nube, el ángel empezó a llorar desconsoladamente, nada podía quitarle la pena que tenía, pues le habían arrebatado a su amor y era como si le hubieran extirpado el alma. Lloró y lloró durante días y noches. El mundo se torno de un gris oscuro. Tormentas y tempestades, ciclones y huracanes desolaban ciudades enteras. El segundo diluvio se cernía bajo un cielo negro. El agua se filtraba a gran velocidad, tal, que llegó hasta los infiernos apagando todo fuego existente y ahogando cada demonio que habitaba allí.
Tras 30 noches y 30 días, el ángel lloró hasta desangrarse y cuando su deshidratación le impidió derramar una lágrima más, bajó a la tierra para ver lo que había hecho. Nadie había sobrevivido al aguacero. Bajó a los infiernos para buscar a su amada y… allí estaba. Flotando boca abajo en un lago de fango escarlata.
- ¡¡Noooo, la he matado!!
Desesperado, buscó algún cadáver de algún demonio que hubiera por allí, le quitó el tridente y se lo clavó directo en el corazón. Cayó de rodillas y se desplomó en la húmeda piedra de los infiernos dejando un mundo desértico y solitario. De la sangre derrama del ángel nació una rosa negra. En aquel momento era lo único vivo que había. Y así acabó todo. Sin ángeles ni demonios, sin vida, sin muerte. Sólo una rosa negra que recordaría la crueldad de aquello a lo que llamamos amor.